Entre otras cosas, el papa dijo que:
“La adoración del becerro de oro antigua ha vuelto en un nuevo y despiadado disfraz en la idolatría del dinero y la dictadura de una economía impersonal carente de un propósito verdaderamente humano” [66]. “Algunas personas siguen defendiendo teorías del chorreo que asumen que el crecimiento económico, animado por un mercado libre, inevitablemente va a tener éxito en el logro de una mayor justicia e inclusión en el mundo. Esta opinión, que nunca ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza ingenua y cruda en la bondad de los que ejercen el poder económico y en el funcionamiento sacralizado del sistema económico”. Al mismo tenor de Marx, y para gran satisfacción de Evo Morales, el papa Francisco prosiguió: “Una vez que el capital se convierte en un ídolo y guía las decisiones de la gente, una vez que la codicia por el dinero preside todo el sistema socioeconómico, arruina a la sociedad, condena y esclaviza a los hombres, destruye la fraternidad humana, lanza a los unos contra los otros y, como vemos claramente, incluso pone en riesgo nuestra casa común”.
Más evidente y grave es el desconocimiento de Su Santidad cuando sostiene que el libre mercado no mejora la situación de los pobres. Si hay algo que la historia económica y la evidencia demuestra es que el capitalismo es precisamente te la fuerza que más ha sacado adelante a los pobres en el mundo.
La destacada economista Deirdre McCloskey, en su estudio sobre el incremento de las oportunidades y la riqueza en el mundo, ha sostenido que “los pobres han sido los principales beneficiarios del capitalismo” [67]. Según sostiene McCloskey, los beneficios resultantes de la innovación en un mercado abierto de acuerdo a las instituciones liberales van primero a los ricos que la generaron; pero, luego, lo que la evidencia histórica muestra es que los beneficios benefician inevitablemente a los menos aventajados al producir un descenso de los precios y crear más oportunidades laborales y mayor movilidad social, lo cual lleva a una mejor distribución del ingreso.
De ahí que el papa Francisco, en lugar de ayudar, perjudique a los pobres cuando apoya y promueve activa e irresponsablemente el mismo discurso anticapitalista de los populistas en todo el mundo. Por eso, McCloskey insiste en que hablar en contra de los empresarios y de la función creadora del capitalismo, como hace Francisco, genera efectos culturales e institucionales que dificultan a los pobres salir adelante.
Los países más pobres del mundo no se caracterizan por tener una confianza ingenua en el capitalismo, sino una completa desconfianza. Esto llevaría a fuertes demandas de intervención gubernamental y regulación del comercio bajo las cuales el capitalismo no prospera y las economías permanecen pobres. El sufrimiento de los países pobres “no es consecuencia de un capitalismo desenfrenado, sino de un capitalismo que ha sido frenado de manera equivocada” [68].
El papa Francisco está muy lejos de Juan Pablo II, quien, en su encíclica “Centesimus Annus” dijo que el libre mercado es el instrumento más eficaz para responder a las necesidades de la gente [69]. La economía libre era el camino de los países pobres, pensaba Juan Pablo II.
Pero, más allá de ello, ¿se puede decir que el libre mercado es del todo ajeno a la tradición católica? Para nada. Como mencionamos ya, fueron sacerdotes españoles católicos quienes sentaron las bases del liberalismo económico moderno.
Podemos citar muchísimas más evidencias de que la Iglesia católica cuenta con una antigua y rica tradición que veía en el mercado no sólo un mecanismo útil para la sociedad, sino también una expresión de la ley natural y la libertad humana. Es más, como ha argumentado el profesor Jesús Huerta de Soto, los escolásticos españoles anticiparon en muchos aspectos a la Escuela Austríaca de economía, conocida por su posición partidaria del libre mercado [70]. Según Huerta de Soto: el más liberal de todos fue el jesuita Juan de Mariana, quien realizó contribuciones en diversas áreas de la ciencia económica. De este modo, a pesar de que la doctrina social de la Iglesia suele ser confusa en cuanto al mercado y a la propiedad, no hay razones para pensar que ser católico implique ser contrario al libre mercado, como cree el papa Francisco.
La estrategia hegemónica del Foro de São Paulo
En este foro el socialismo del siglo XXI vio su momento gestacional. Auspiciado por el Partido de los Trabajadores de Brasil en 1990, el encuentro reunió a cuarenta y ocho partidos políticos y organizaciones de izquierda de catorce países de la región. El objetivo era revivir el comunismo en América Latina con el propósito de proyectarlo tras el fin de la guerra fría. Las conclusiones de este encuentro trazaron la hoja de ruta de los movimientos de izquierda latinoamericanos en las décadas siguientes. El Foro continuó realizándose año tras año, sumando cada vez más participantes y repitiendo siempre las mismas conclusiones: que todo el mal de América Latina se debía al “neoliberalismo” y al imperialismo estadounidense, que el socialismo debía retornar por la vía democrática y que había que repensarlo para volver a convertirlo en la fuerza hegemónica (marxismo cultural).
Hay que mirar más específicamente el rol que desempeña la hegemonía intelectual e ideológica en el avance de las propuestas socialistas. No cabe duda de que García Linera, Iglesias, Harnecker, Monedero y tantos otros teóricos de izquierda que hemos comentado tienen razón al poner el acento en las estrategias de hegemonía cultural gramscianas. Lo mismo deben hacer aquellos que quieren ver a América Latina libre de las miserias que engendran el populismo y el socialismo, pues, a pesar de las señales esperanzadoras que han surgido, sin una filosofía y un sentido común movilizador alternativo no será posible derrotar el populismo y las diversas corrientes hostiles a la democracia liberal. Ahora bien, esa filosofía o cuerpo de ideas alternativa debiera ser, creemos, un republicanismo liberal del siglo XXI que plantee una hoja de ruta totalmente opuesta a la ideología colectivista y autoritaria del populismo socialista.
Cómo rescatar nuestras repúblicas
“Otro fue el destino y la condición de la sociedad que puebla la América del Norte. Esa sociedad, radicalmente diferente de la nuestra, debió al origen transatlántico de sus habitantes sajones la dirección y complexión de su régimen político de gobierno, en que la libertad de la patria tuvo por límite la libertad sagrada del individuo. Los hombres fueron libres porque el Estado, el poder de su gobierno no fue omnipotente, y el Estado tuvo un poder limitado por la esfera de la libertad o el poder de sus miembros a causa de que su gobierno no tuvo por modelo el de las sociedades griega y romana” Juan Bautista Alberdi.
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