“El Engaño Populista” de Izquierda: Un Resumen Aclamatorio del libro Axel Kaiser y Gloria Álvarez
Resumen: En este libro se hace una crítica muy bien sustentada (unas 400 referencias) al populismo de izquierda y como el mismo ha arruinado a nuestros países. Se hace una radiografía como actúa en líder populista quien después de prometerle el paraíso terrenal a “su pueblo” resulta elegido y con esta disculpa se adueña del poder absoluto diciendo que todo lo está haciendo en favor del pueblo y en contra del anti-pueblo (los gringos, la CIA, la oligarquía) y enviste de una falsa democracia a su programa para hacerse al poder, instaurando un estado totalitario que arruina al país llevándolo a miseria después haber prometido lo contrario. Me llamó la atención del caso argentino cuando tuvo una época de oro alrededor de 1850 cuando Juan Bautista Alberdi promulgó una constitución inspirada en los padres fundadores de los EUA. Esto se echó a perder cuando subió Perón al poder. Demuestran los autores que a mayor libertad de mercado (el satanizado neoliberalismo) mayor prosperidad. Así como los izquierdosos buscan imponer el marxismo cultural para hacer posible su proyecto socialista (lo cual está relacionado el nazi-fascismo) las personas que propendemos por la libertad y el libre mercado, también debemos tratar de influir el clima intelectual, por medio de “think thanks” por ejemplo.
Procedencia de las Imágenes: Carátula de Libro del Engaño Populista: Usada aquí con propósitos de mostrar el libro que se está reseñando en este artículo: Kaiser A, Cross GÁ. El engaño populista: Por qué se arruinan nuestros países y cómo rescatarlos. Grupo Planeta; 2016. Pueblo vs Antipueblo: Foto tomada del video de Gloria Álvarez https://youtu.be/MZYEFNMdxG4 de la Fundación Libertad y Progreso (www.libertadyprogreso.org) de Argentina quienes propenden por el libro mercado, entre otras ideas que quieren promover para disminuir la pobreza en nuestros países. Economic Freedom and Income per Capita (Libertad Economía e Ingreso per Cápita: A mayor libertad de mercado más riqueza): Tomado del reporte “Economic Freedom of the World: 2020 Annual Report” (Libertad Económica en el Mundo: Reporte Annual 2020: https://www.fraserinstitute.org/sites/default/files/economic-freedom-of-the-world-2020.pdf) del Fraser Institute en Canadá.
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Ya desde el prólogo se ve lo interesante que es este libro [1] que fue publicado en 2016. El mismo es principalmente una crítica al populismo de izquierda, pero yo pienso que igual es aplicable al de extrema derecha pues los extremos se juntan. Es así como actualmente en tiempos de pandemia vemos a un Donald Trump (extrema derecha), Jair Bolsonaro (extrema derecha) de Brasil y Andrés Manuel López Obrador (extrema izquierda) de México, tomando medidas tardías para tratar de contener el COVID-19. No las tomaron a tiempo porque las medidas de aislamiento social obligatorio y demás son impopulares, y para el populista, el foco de las cámaras y aclamación por parte de las masas no es algo accesorio. Es su objetivo principal. Y no aguantaban el hecho de que el COVID-19 les quitara el protagonismo. Por eso, al principio de la pandemia le quitaron importancia con las consecuencias nefastas que ahora vemos en EUA y Brasil, por ejemplo.
Este tipo de líderes se caracterizan por su nacionalismo exagerado que los lleva incluso al aislacionismo: por ejemplo, Trump quiso casi que romper todos los acuerdos de los cuales es miembro EUA y con su proteccionismo inició una guerra comercial con China lo cual va claramente en contra del libre comercio que es lo que estos autores defienden en el libro que se está reseñando aquí. De esta forma, para mí es clara la cercanía entre populismo, nacionalismo y el ser de posturas que van en contra de la economía liberal, último este que es llamado peyorativamente como neoliberalismo por los sectores de izquierda de nuestro medio iberoamericano. Así en este libro y por ende en esta reseña, el término “liberal” se refiere a la libertad de mercado y no al sentido de izquierdismos que carga dicho término, especialmente en Norteamérica. Así el líder populista de izquierda (lo cual suena a pleonasmo) es “antiliberal”.
Siguiendo con la aclaración de términos, los autores del libro que se está reseñando acá [1] dicen que la alternativa al populismo es la republica. Pero entendida está bajo un concepto amplio que incluye a todos los “reinos” donde imperan la libertad individual, el estado de derecho, honestidad política, tolerancia, economía libre y otros valores esenciales para una vida social próspera y en paz, cercanas a las ideas de los padres fundadores de los Estados Unidos de América.
Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el actual presidente de México, dice “colaboración sí, intervencionismo no” cuando se refiere a EUA. Pero cuando se trata de intervenir en el mercado de sus países ahí sí, calladamente, se promueve el intervencionismo, en forma de aparatos estatales cada vez más grandes que llegan al totalitarismo que vemos hoy en Venezuela. Ese intervencionismo exagerado de los líderes de izquierda lleva al desempleo, desabastecimiento y recorte de libertades como ha quedado demostrado en último país nombrado.
La historia nos ha enseñado que, al contrario de lo que creía Marx, la misma no está escrita en piedra; es decir no es el destino inevitable de que nuestros países estén condenados al atraso y a la Merced de dictadorzuelos egocéntricos, como aquel de Venezuela cuya cabeza ya vale U$15 millones [2], sino que la libre acción humana puede cambiar las cosas. Por eso es importante participar en la guerra de las ideas de alguna forma y por eso estoy escribiendo esta reseña que ojalá no me quede muy larga. En palabras más cercanas a las de los autores, no es nuestro destino caer en la mediocridad, tiranía y miseria que en diversos grados han generado los Chávez, Castro, Maduro, Kirchner, Lula, Correa, Ortega, Iglesias, Morales, Maduro, López Obrador, Bachelet, Rousseff, etc. El populista entonces promete acabar con la pobreza, la corrupción, entre otros problemas que en realidad termina agravando.
La primera desviación mental del populista es su desprecio de las libertades individuales y la idolatría por el estado, lo cual acerca a nuestros populistas socialistas con populistas totalitarios como Hitler y Mussolini. La segunda desviación es el complejo de víctima, según el cual todos los males de nuestros países son culpa del anti-pueblo (la oligarquía, la aristocracia, los gringos, los españoles) desconociendo nuestra propia indisciplina y falta de verraquera para salir adelante. La tercera desviación es la paranoia “antineoliberal” según la cual el libre mercado es la causa de la pobreza de nuestros pueblos. La cuarta es la falsa investidura de democracia a la concentración del poder que ejercen los dictadorzuelos de izquierda una vez han sido elegidos por un pueblo al que le han prometido el paraíso terrenal. La quinta es la obsesión igualitarista que se usa como pretexto para incrementar el actuar del estado, concentrando así el poder y riqueza en el dictador y su séquito, a expensas del pueblo y abriéndole las puertas a una desatada corrupción.
El populista se auto-enviste de ser el representante del pueblo y pretende erradicar todo lo que el mismo ha catalogado como “anti-pueblo”. Así lo que vaya en contra de él, supuestamente, va en contra del pueblo también, fomentando cosas como la “lucha de clases”. El siguiente paso es el liberticidio: la abolición de las libertades económicas por medio de un aparato estatal gigantesco que se mete en todo, eliminando el estado de derecho, creando deuda pública en aumento acelerado, inflación, desempleo, incremento del riesgo país, caída de la inversión extranjera, etc. Esto no es exclusivo del “socialismo del siglo XXI” de nuestra América Latina. Con matices ideológicos diferentes, el nazismo alemán y el fascismo italiano también fueron movimientos totalitarios y populistas que odiaban la libertad individual y fomentaban la adulación al estado [3-5]. Y los autores hablan de esto citando oraciones anti-libertad individual de Mussolini y anti-capitalistas de Hitler. ¿Cómo se explica esto? La razón es que el fascismo y el nazismo son doctrinas colectivistas inspiradas en buena medida en el socialismo marxista. Lenin, Stalin, Hitler, Chávez, Mao, Mussolini y Castro, por nombrar algunos, son, en esencia, representantes de la misma ideología totalitaria. Este tipo lideres logra que él dictador sea identificado con el partido; que el partido sea identificado con el estado; el estado, con la nación; la nación, con la patria; la patria, con el pueblo, y el pueblo, con la historia épica. De pronto por eso es la insistencia de los chavistas en la Venezuela “bolivariana”. La única diferencia entre el nazi-fascismo y el comunismo soviético es que los primeros fueron derrotados en la Segunda Guerra Mundial. Los soviéticos fueron derrotados por los estadounidenses en la guerra fría pero sus ideas renacieron como “Socialismo del Siglo XXI” en nuestra región. Seguramente también serán derrotados por sus ilusos y antinaturales ideales. Es imposible, y además no es el objetivo del presente escrito, el re-citar todas fuentes y oraciones que cita el libro que se está reseñando acá. Pero basté decir que son unas 400. En lo que atañe a este párrafo, los autores demuestran que Hitler se inspiró en Marx incluso en cuanto al antisemitismo de este filósofo [6]. Y concluyen este capítulo citando a al Nobel de economía Friedrich Hayek quien escribió, en tiempo de Hitler, que la diferencia entre la derecha nacional-socialista y la izquierda marxista era en realidad lucha entre facciones rivales de idéntica naturaleza ideológica. Y citando a otros autores concluyen que el “fascismo no es un asunto de derecha o izquierda, sino una cruda estratagema para lograr el máximo control del poder posible con el fin de destruir las instituciones liberales”. De esto son claros herederos nuestros dictadorzuelos adeptos al “Socialismo del Siglo XXI”. La diferencia que la izquierda iberoamericana ha tratado de hacer entre su socialismo y el nazi-fascismo no es más que un intento de tapar el sol con un dedo.
El Complejo de Víctimas
Un rasgo común de los populistas de izquierda es el complejo de víctimas, que no es más que culpar de los males propios a los demás, como ya se esbozó. Se culpa a los gringos, la CIA, la oligarquía, etc., inventando teorías conspiratorias, pero jamás reconocen sus propias fallas para sacar a un país adelante.
Las personas de izquierda creen que el mercado es un juego de suma cero donde cuando uno gana pierde el otro. Así se justifica entonces el quitarles a los ricos para darle a los pobres. Como cuando llegó Hugo Chávez al poder en Venezuela, empezó a hacer expropiaciones masivas. Y en realidad no es un juego de suma cero pues cuando se hace una buena transacción comercial ambas partes salen ganando. Y esto lo que hace el libre mercado y el capitalismo en general: crear riqueza [7, 8]. Se cree entonces erróneamente que la existencia de la propiedad privada, pilar básico del capitalismo, crea la tentación de que los ricos abusen de los pobres. Todos esto es errado. O si no miremos el ejemplo de la economía más grande del planeta que son los Estados Unidos de América que son el parangón del capitalismo que tanto critican y hasta le temen los dictadorzuelos de izquierda.
Y este complejo de víctimas se llevó más allá diciendo que de la misma forma que los ricos explotan a los pobres, los países desarrollados explotan a los subdesarrollados justificando las ideas económicas socialistoides de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) que resultaron ser un fracaso [9].
La paranoia Anti-neoliberal
Lo otro que caracterizó a líderes de izquierda como Hugo Chávez, Rafael Correa, Cristina Fernández de Kirchner y a Michel Bachelet fue el odio a neoliberalismo al que se le achacan también los problemas de pobreza de nuestra región. Se suman aquí el complejo de víctimas y la paranoia anti-neoliberal. Esto ha sido una de las grandes conclusiones del foro de São Paulo que reúne a los gobiernos y movimientos de izquierda de la región tras la caída del bloque soviético. El foro de São Paulo dio origen ha llamado “Socialismo del siglo XXI” [10, 11] que lo único que tiene de nuevo es el cambio de siglo.
El término “neoliberal” ha sido satanizado en nuestra región y ha perdido significado y se ha convertido en un slogan para ser atacado por los izquierdosos. Se debe usar entonces el término más exacto y menos demonizado de “libre mercado” para describir por ejemplo como Chile se convirtió en uno de los países más prósperos de la región por su apertura de mercado dentro de unas ideas de economía liberal clásica que creen en la capacidad de las personas de salir adelante sin victimizarlas. Y liberalizar es precisamente lo que menos quiere el típico líder populista totalitario pues quiere tener el control de todo el estado para victimizar a la gente y hacerla dependiente del mismo.
Demuestran de forma muy sustentada los autores del libro que se está reseñando aquí que [1], a lo largo de la mayoría de la prehistoria e historia humana, la aplastante mayoría de las personas, más del 99%, vivían en la pobreza. Tanto que, si el clima no ayudaba, grandes proporciones de la población morían de inanición cuando se perdían las cosechas, por ejemplo. Y solo una minúscula porción de la población, menos del 1% que correspondía a la porción gobernante era rica. Todo esto empezó a cambiar cuando en 1760 surgió en Holanda e Inglaterra surgió un sistema revolucionario llamado capitalismo. Esto les ha dado acceso a las personas comunes a placeres antes reservados solo para los monarcas [12, 13]. El capitalismo no es un sistema perfecto. Pero es el mejor sistema que se ha inventado en la historia para reducir la pobreza. El capitalismo es libre mercado, libre emprendimiento y estas libertades son las que populista intenta destruir cuando llega al poder tachándolas de “neoliberales”. Sin libertad económica no hay avance posible.
Aumento del ingreso per capita en el mundo subió estrepitosamente con el surgimiento del capitalismo [14]. Medido en USD tomado de Maddison Project Database, version 2018. Bolt, Jutta, Robert Inklaar, Herman de Jong and Jan Luiten van Zanden (2018), “Rebasing ‘Maddison’: new income comparisons and the shape of long-run economic development”, Maddison Project Working paper 10. URL: https://ourworldindata.org/grapher/historys-hockey-stick-worldwide-historical-gross-domestic-product-percapita-1990 bajo licencia CC-BY-ND-NC.
Se ha demostrado que territorios con Hong Kong, Singapur y Suiza, donde reina la libertad económica prosperan a velocidades tres veces mayores que países como Venezuela, Bolivia y Argentina. Esto de acuerdo al ranking de libertades económicas. En nuestra región sólo Chile, Uruguay y Perú figuran en puestos destacados en este ranking. Dentro de esta clasificación, que tiene en cuenta a 152 países, Venezuela se ubica en el último lugar como el país con menos libertades económicas y menos próspero del planeta. Ahora hay que ver cuáles son los países que mayor libertad económica y sobre lo cuales nuestros populistas de izquierda dirían que han sido presas del malvado neoliberalismo: Hong Kong, Singapur, Nueva Zelanda, Suiza, Finlandia, Canadá, Australia, Estados Unidos, Alemania, Dinamarca, Estonia, Irlanda, Suecia y Noruega, entre otros. La evidencia habla por sí sola. Este ranking oficialmente conocido como el prestigioso índice de libertad económica es elaborado por el Fraser Institute, en Canadá [15]:
Libertad Económica en el Mundo: Reporte Anual de 2019. Tomado de https://www.fraserinstitute.org/studies/economic-freedom-of-the-world-2019-annual-report. Reporte hecho por el prestigioso Fraser Institute de Canadá bajo licencia CreativeCommons CC BY-NC-SA.
En pocas palabras, los populistas socialistas lo que quieren es aumentar su poder como gobernantes y al hacerlo llevan a estados totalitarios. Y a mayor tamaño del estado más pobreza y corrupción. Latinoamérica se basó en la revolución francesa y EUA se basó en ideas anglosajonas [16, 17]. La revolución francesa es de tipo socialista y propende por la igualdad material mientras que los padres fundadores de Estados Unidos de América defendieron la libertad individual y eso ha sido el éxito de países como EUA. A mayor libertad más prosperidad [18-21].
La hegemonía cultural como fundamento del populismo
Para entender el fenómeno populista hay que tener en cuenta que el mismo se vale en su discurso de todo un andamiaje intelectualoide que algunos llaman “Marxismo Cultural” [22-24]. Y esto es especialmente cierto en las facultades de artes y humanidades de nuestras universidades especialmente en las públicas en Colombia que es el caso que yo conozco. En estos entornos predomina lo que EO Wilson llama “el modelo estándar de las ciencias sociales” [25, 26] el cual es un modelo de izquierda, adepto a la falsa noción de la tábula rasa [27-29] que promulga la idea de que los seres humanos llegamos al mundo con un cerebro limpio, sin instintos ni siquiera, y que es el actuar de la cultura la única encargada de moldear a un ser humano. Desconocen nuestro bagaje biológico que traemos “de fabrica”. Claro, esto es muy conveniente para las personas de izquierda porque si quieren construir un modelo de sociedad total, y totalitariamente igualitario, es muy útil que todos lleguemos al mundo iguales, en ceros, para que después se haga una medición, todos los miembros del modelo sigan iguales. Este modelo igualitario resulta estar totalmente alejado de la realidad, por lo cual es antinatural, pues todos llegamos al mundo siendo muy disímiles.
Para los izquierdosos intelecutaloides el lenguaje es de primordial importancia. Ya vimos como el término “neoliberalismo”, que significa libre mercado, ha sido totalmente satanizado. Pero los autores del libro que se está reseñando aquí [1], citan las palabras del intelectual marxista Louis Althusser [30]:
“¿Por qué razón la filosofía lucha en torno a las palabras? Las realidades de la lucha de clases están representadas por medio de ideas que son representadas por medio de palabras. En la lucha política, ideológica y filosófica, las palabras también son armas, explosivos, calmantes y venenos”.
Los autores citan varias ideas de Orwell, sobre quien entiendo que primero era socialista y después se convertiría en un fiero crítico del comunismo. De las ideas que más me llamaron la atención está hecho de que para este autor hay ideas tan absurdas que solo un intelectual las puede entender [31]. Es así como en Europa y Latinoamérica, fueron tan bien recibidos, entre personas bien estudiadas, paradigmas tan falaces y perjudiciales como el marxismo y el nacional-socialismo (nazismo) y se concluyen los autores del libro que se está reseñando aquí, que los intelectuales, que generalmente son de izquierda en nuestro medio, no son ninguna garantía para la prosperidad. Esto me hace recordar la República de Platón donde este filósofo, entre otras muchas ideas, dice que su República teórica ideal estaría gobernada por filósofos [32, 33]. A la luz de lo expuesto en este párrafo, esa idea particular de Platón, el gobierno de los filósofos, en la realidad no es conveniente y menos en nuestra región latinoamericana donde el marxismo es la forma de pensar la mayoría de nuestros intelectuales. Y, para concluir este parte del libro que se está reseñando aquí, los autores se preguntan ¿qué pasaría si la discusión filosófica y política en nuestra región no estuviese tan atravesada por el socialismo y en lugar de ella los discursos intelectuales giraran más alrededor de las libertades individuales, la libertad de mercado, la libre expresión, la protección de la inversión privada, la libre empresa, la apertura comercial, el estado de derecho con un gobierno limitado (no totalitarista) entre otras libertades que llevan a la verdadera democracia?
Antonio Gramsci, fundador del partido comunista italiano y pieza clave del Marxismo Cultural
Dedican los autores del engaño populista un parte completo a Antonio Gramsci, fundador del partido comunista italiano y uno de los intelectuales marxistas más influyentes e incluido dentro de la escuela de Frankfurt como cuna del marxismo cultural [34-37]. Mientras que para Marx la batalla era una de tipo revolucionaria armada, para Gramsci era sobre todo una intelectual y cultural. Pero me gustaría pregúntales a los autores del “El engaño Populista”, por qué nunca utilizan el término “Marxismo Cultural”.
Pablo Iglesias, líder del partido político “Podemos” de España es un fiel seguidor de la estrategia hegemónico-cultural-Gramsciana y se puede concluir que su proyecto fascipopulista basa su lucha en el terreno de las ideas y la cultura.
Crítica al Socialismo del Siglo XX
Empiezan hablando de la Chávez quien tenía entre sus influencias y asesores a [38]: Al argentino Norberto Ceresole; a Ignacio Ramonet [39, 40], director del diario francés “Le Monde diplomatique” y propagandista del régimen; al alemán Heinz Dieterich [41]; al filósofo y lingüista estadounidense Noam Chomsky [42, 43], quien, si bien no asesoró directamente a Chávez, inspiró su discurso antimperialista”.
Uno de los que es analizado es Dieterich quien acuñó el término “Socialismo del siglo XXI” en su libro homónimo [44, 45] y dice que las mayores desgracias de la humanidad, como la guerra y la pobreza, son producto de la institución capitalista. Dieterich funda entonces un nuevo proyecto histórico basado en Marx y Engels, que estaría llamado a reemplazar al capitalismo, y continúa Dieterich diciendo que Latinoamérica es víctima de más de medio siglo de recolonización neoliberal. Y dice que, supuestamente, que la solución a esto es el proyecto bolivariano socialista y proteccionista. Esta noción está en claro antagonismo a la idea que se defiende aquí en el sentido de que es el libre mercado lo mejor para la prosperidad de una sociedad. Citando a los autores del engaño populista:
“El socialismo del siglo XXI, como se ve, no es más que la misma mitología antimperialista, antiliberal, proteccionista y marxista que llevó a América Latina a la miseria y al conflicto durante buena parte del siglo XX”.
Otra de las asesoras de Chávez, Marta Hackener, dijo que el socialismo del siglo XXI sería diferente al soviético porque no sería totalitario y estaría lleno de amor, solidaridad y democracia [46, 47]. Entendida esta última como la autorización de incluso aniquilar las libertades si se llega al poder por vía electoral. Recuerda correctamente esta asesora que fue Salvador Allende el precursor del socialismo del siglo XXI al tratar de llegar al socialismo por vía democrática. Que Chávez logró en Venezuela lo que Allende no pudo hacer en Chile y eso es el instalar el socialismo por vía “pacífica”. Esto lo que logró en Venezuela fue la destrucción de la economía y las libertades el imponiendo el odio y terror como forma de mantener el poder acabando con la democracia con la ayuda de los intelectuales que ayudaron a manipular el lenguaje en el esfuerzo propagandístico del régimen chavista-madurista de Venezuela, lo cual es confirmado por Hackener en sus ideas de hegemónico-culturales Gramscianas y utilizadas también por Iglesias líder del partido podemos en España.
Otro asesor de Chávez, Norberto Ceresole, fascista conocido por negar el holocausto de judíos por parte de los Nazis [48], está menos preocupado por la apariencia democrática y dice qué hay que superar la democracia para reemplazarla por una dictadura militar caudillista y unipersonal. Chávez intentó lograr algo que logró Hitler y es la identificación del pueblo con el caudillo y este con las fuerzas armadas. Con las ideas de Ceresole consolidó las “alianzas cívico-militares” logrando que la revolución fuera irreversible logrando borrar las fronteras entre las fuerzas armadas y el resto del poder ejecutivo.
Otro asesor clave de Chávez fue el español Juan Carlos Monedero quien también es ideólogo de Podemos en España. Monedero decía que el socialismo del siglo XXI les daba esperanza a los pobres. Y hoy con Venezuela sumida en el caos y la miseria, no reconoce esto culpa del modelo socialista y populista que el mismo ayudó a formar. Y además coincide con Hitler a afirmar que las necesidades de la sociedad están por encima de las individuales, lo cual lleva a un detrimento de las libertades. Monedero dice que la superación de capitalismo, objetivo que comparte con Hitler, Stalin, Lenin, Castro y otros, pasa por la creación de las Empresas de Producción Social [49], que supuestamente nacieron en Venezuela para el impulsar socialismo del siglo XXI y supuestamente crean riqueza (para la sociedad más no para el individuo), no son más que las fracasadas empresas controladas por el régimen totalitario de turno como lo fueron en la Alemania Nazi y la Unión Soviética.
Como en el caso de Allende en Chile, y todos los países donde el socialismo ha fracasado por ser contranatural, en Venezuela también intelectuales nacionales e internacionales salieron a decir que el desabastecimiento y demás consecuencias negativas de la revolución bolivariana se debían entre otras cosas a maniobras de acaparamiento por parte de la burguesía y que detrás de esta última estaban elementos del anti-pueblo como la oligarquía, la CIA, EUA, etc. No entiendo porque ante tantos ejemplos fracasados, incluyendo uno de magnitudes imperiales como lo fue la Unión Soviética, las personas de izquierda no reconocen que el socialismo-comunismo no funciona, entre otras cosas porque no es natural. Tendríamos que ser todos clones para que un régimen igualitario funcionario.
No ha habido un solo país donde el socialismo no haya conducido a la dictadura y miseria. Pero los intelectuales socialistas dicen que esto es culpa de elementos del citado anti-pueblo. Que sí solo los dejan intentarlo una vez más su utopía llegará a consolidarse. Pero nunca reconocen que el problema está en lo antinatural de las ideas del socialismo. Nunca reconocen su propio fracaso. Y cuando llega el inevitable fracaso del socialismo, dicen los intelectuales socialistas que este nunca se ha intentado y que las dictaduras criminales que de él salieron no fueron lo que Marx, Engels y Lenin habían planeado. La realidad es que el socialismo es una doctrina cuya interpretación de la realidad económica está equivocada y que, por tanto, jamás podrá producir otros resultados que opresión cultural y miseria. Y concluyen los autores este aparte con las palabras del más importante filósofo de la ciencia Karl Popper [50]:
“Nosotros los intelectuales hemos hecho el más terrible daño durante miles de años. Los asesinatos en masa a nombre de una idea, de una doctrina, una teoría o una religión fueron obra nuestra, invención nuestra, de los intelectuales”.
Los Casos de Chile y Argentina
El aparte que sigue el de Chile y Argentina como lecciones en la lucha por la hegemonía cultural. Argentina, unos 50 años de la Segunda Guerra Mundial tenía una economía que crecía cerca del 6% anual, tasa que era la mayor a nivel mundial en aquella época. Llegaban millones de europeos a la tierra prometida de la Argentina tanto que en 1914 cerca de la mitad de la población del país era extranjera. Por a aquellos tiempos Argentina figuraba entre los 10 países más ricos del mundo. Las ideas e instituciones que estuvieron detrás de ese éxito no son más que el liberalismo clásico, hoy llamado neoliberalismo que tanto es detestado por las personas de izquierda. Después de 1852, Juan Bautista Alberdi [51, 52] instituyó una constitución para Argentina inspirado por los padres fundadores de Estados Unidos de América llevando al país a una época de liberalismo económico con un estado limitado (lo contrario al totalitarismo) que es lo que la que se refiere la influyente revista “The Economist” cuando recuerda el glorioso pasado argentino [53]. Es interesante el contraste que hace Alberdi entre la filosofía que inspiró a EUA y la ideología que se sigue en América latina. Señaló:
“Los pueblos del Norte no han debido su opulencia y grandeza al poder de sus gobiernos, sino al poder de sus individuos” y “las sociedades que esperan su felicidad de la mano de sus gobiernos esperan una cosa que es contraria a la naturaleza”. “Los Estados son ricos por la labor de sus individuos, y su labor es fecunda porque el hombre es libre, es decir, dueño y señor de su persona, de sus bienes, de su vida, de su hogar” [54].
Alberdi advirtió, casi proféticamente, de cuál sería el destino de Argentina y de América Latina si se dejaba engañar por la religión estatista:
“La omnipotencia de la patria, convertida fatalmente en omnipotencia del gobierno en que ella se personaliza, es no solamente la negación de la libertad, sino también la negación del progreso social, porque ella suprime la iniciativa privada en la obra de ese progreso. El estado absorbe toda la actividad de los individuos, cuando tiene absorbidos todos sus medios y trabajos de mejoramiento. Para llevar a cabo la absorción, el estado engancha en las filas de sus empleados a los individuos que serían más capaces entregados a sí mismos. En todo interviene el estado y todo se hace por su iniciativa en la gestión de sus intereses públicos. El estado se hace fabricante, constructor, empresario, banquero, comerciante, editor y se distrae así de su mandato esencial y único, que es proteger a los individuos de que se compone contra toda agresión interna y externa. En todas las funciones que no son de la esencia del gobierno, obra como un ignorante y como un concurrente dañino de los particulares, empeorando el servicio al país, lejos de servirlo mejor” [54].
Eso fue exactamente lo que le ocurrió a Argentina: abandonó las instituciones liberales que la habían caracterizado en su época de gloria para abrazar instituciones populistas, socialistas y estatistas que terminaron por arruinarla, y no sólo económicamente, sino también moralmente. La elección del general Juan Domingo Perón, un fascista quien gobernó en 1946-1955 y 1973-1974, terminaría por sepultar definitivamente una proyección que pudo haber sido gloriosa [55, 56]. Perón introdujo un cáncer populista del que Argentina jamás se recuperaría. Y casi nada ha cambiado hasta ahora y los Kirchner son herederos de la tradición fascista de Perón en un país donde el liberalismo económico fue marginado y el estado se ha vuelto gigantesco. Otra vez, el actuar izquierdoso de los Kirchner contó con el apoyo de los intelectuales socialistas en el autodenominado “espacio carta abierta” y que procuró la hegemonía cultural siguiendo la lógica Gramsciana ya descrita aquí.
Alrededor del principio del siglo XX Chile tuvo una época de bonanza gracias a los principios de liberalismo económico clásico llegando se ser el llegando a igualar los ingresos de EUA y siendo el país número 16 en el mundo, en cuanto a ingreso per cápita. Como en Argentina, esta época de oro terminó con la gran depresión mundial de los 1930s dando paso a doctrinas nacionalista, colectivistas y socialistas que ya venían en alza, desplazando al liberalismo económico como ideología dominante. Esto dio paso a la creación de instituciones antiliberales como la CEPAL cuya sede se encontraba en Santiago de Chile. Pero, a diferencia de Argentina, Chile llevó a cabo unas reformas en las décadas de 1970, 1980 y 1990, en las que regresó a sus orígenes liberales, convirtiéndose en el país más rico, próspero y con la democracia más sólida de América Latina. Esto es conocido como “el milagro chileno” [57, 58], y su base fue un consenso alcanzado en el país por la clase política, que entendió que la economía libre era fundamental para sacar al país adelante y asegurar la supervivencia de la democracia.
Pero después llegó Michelle Bachelet, de izquierda, quien gobernó a Chile en 2006-2010 y 2014-2018, quien gracias a la hegemonía ideológica chilena que había cambiado desde unas ideas liberales unas ideas socialistas igualitaristas y proclives a un estado intervencionista y redistribuidor, y con mayoría en ambas cámaras del congreso, empezó a desarrollar su proyecto socialista para agresivamente acabar con el “neoliberalismo”. Las consecuencias de este nuevo populismo socialista fueron devastadoras, llevando en algo más de un año al país estrella de América Latina a tener los peores resultados económicos en treinta años. En mayo de 2015, The Economist advertía de que Chile podía correr el riesgo de caer en “el populismo al estilo argentino”, y que dependía de Bachelet evitar ese destino [59] y que la historia culparía a Bachelet de haber destruido las posibilidades de desarrollo del país [60].
La Iglesia católica y Francisco: ¿el papa socialista?
El caso más emblemático de la promoción de las ideas socialistas por parte de la Iglesia católica fue la famosa teología de la liberación, desarrollada a partir de la década de 1960. El sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez escribió que “el subdesarrollo de los pueblos pobres, como hecho social global” era “producto histórico del desarrollo de otros países” [61].
Joseph Ratzinger, por entonces prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, quien se convertiría décadas después en el papa Benedicto XVI, escribiría que la Sagrada Congregación buscaba “atraer la atención de los pastores, de los teólogos y de todos los fieles sobre las desviaciones y riesgos de desviación ruinosos para la fe y para la vida cristiana que implican ciertas formas de la teología de la liberación y que recurren de manera insuficientemente crítica a conceptos tomados de diversas corrientes del pensamiento marxista”. Y, más adelante, diría que “la negación de la persona humana, de su libertad y de sus derechos está en el centro de la concepción marxista” [62].
Este espíritu anticapitalista de la iglesia católica latinoamericana, quedaría plasmado en la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Medellín-Colombia, en 1968. En ella, si bien se condenaba el marxismo por llevar a pesar de su supuesto “humanismo” a una sociedad “totalitaria”, arremetían casi con mayor fuerza contra “el sistema liberal capitalista”, por atentar este “contra la dignidad de la persona humana” al tener como presupuesto “la primacía del capital, su poder y su discriminatoria utilización en función del lucro” [63].
Tan inclinada se encontraba la opinión de la Iglesia católica latinoamericana hacia el socialismo que, en el informe que el presidente Richard Nixon encomendara al gobernador Nelson Rockefeller sobre la situación de la amenaza marxista en Latinoamérica, esta ocuparía un lugar especial. El informe, realizado por Rockefeller y un grupo de expertos que lo acompañó a visitar veinte países de la región, sostendría que la Iglesia se había convertido en “una fuerza de cambio, y de cambio revolucionario si es necesario”. Si bien actualmente el análisis de Rockefeller se encuentra descontextualizado, pues la guerra fría ha terminado, el espíritu adverso a la libertad y al mercado es hoy probablemente más agudo entre los católicos latinoamericanos que en cualquier otro grupo católico occidental.
El papa Francisco es sin duda un hombre con las mejores intenciones. Y si bien se opuso a la teología de la liberación en sus aspectos marxistas, nadie puede discutir que comparte buena parte de la intuición socialista que esta promovió [64]. Digamos primero, para entender mejor a este hombre, que él pertenece a la orden jesuita. Los jesuitas son conocidos por su dedicación a temas sociales y a la pobreza, así como por sus simpatías hacia movimientos que buscan la refundación del orden social mediante retóricas que alientan la lucha de clases; además, tales movimientos suelen ser visceralmente anticapitalistas, antiliberales y desconocedores de cuestiones fundamentales de economía. Según recuerda Carlos Rangel, en Hispanoamérica, los jesuitas constituyeron uno de los “pocos ejemplos históricos de un régimen socialista consecuente con sus principios” [65].
Entre otras cosas, el papa dijo que:
“La adoración del becerro de oro antigua ha vuelto en un nuevo y despiadado disfraz en la idolatría del dinero y la dictadura de una economía impersonal carente de un propósito verdaderamente humano” [66]. “Algunas personas siguen defendiendo teorías del chorreo que asumen que el crecimiento económico, animado por un mercado libre, inevitablemente va a tener éxito en el logro de una mayor justicia e inclusión en el mundo. Esta opinión, que nunca ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza ingenua y cruda en la bondad de los que ejercen el poder económico y en el funcionamiento sacralizado del sistema económico”. Al mismo tenor de Marx, y para gran satisfacción de Evo Morales, el papa Francisco prosiguió: “Una vez que el capital se convierte en un ídolo y guía las decisiones de la gente, una vez que la codicia por el dinero preside todo el sistema socioeconómico, arruina a la sociedad, condena y esclaviza a los hombres, destruye la fraternidad humana, lanza a los unos contra los otros y, como vemos claramente, incluso pone en riesgo nuestra casa común”.
Más evidente y grave es el desconocimiento de Su Santidad cuando sostiene que el libre mercado no mejora la situación de los pobres. Si hay algo que la historia económica y la evidencia demuestra es que el capitalismo es precisamente te la fuerza que más ha sacado adelante a los pobres en el mundo.
La destacada economista Deirdre McCloskey, en su estudio sobre el incremento de las oportunidades y la riqueza en el mundo, ha sostenido que “los pobres han sido los principales beneficiarios del capitalismo” [67]. Según sostiene McCloskey, los beneficios resultantes de la innovación en un mercado abierto de acuerdo a las instituciones liberales van primero a los ricos que la generaron; pero, luego, lo que la evidencia histórica muestra es que los beneficios benefician inevitablemente a los menos aventajados al producir un descenso de los precios y crear más oportunidades laborales y mayor movilidad social, lo cual lleva a una mejor distribución del ingreso.
De ahí que el papa Francisco, en lugar de ayudar, perjudique a los pobres cuando apoya y promueve activa e irresponsablemente el mismo discurso anticapitalista de los populistas en todo el mundo. Por eso, McCloskey insiste en que hablar en contra de los empresarios y de la función creadora del capitalismo, como hace Francisco, genera efectos culturales e institucionales que dificultan a los pobres salir adelante.
Los países más pobres del mundo no se caracterizan por tener una confianza ingenua en el capitalismo, sino una completa desconfianza. Esto llevaría a fuertes demandas de intervención gubernamental y regulación del comercio bajo las cuales el capitalismo no prospera y las economías permanecen pobres. El sufrimiento de los países pobres “no es consecuencia de un capitalismo desenfrenado, sino de un capitalismo que ha sido frenado de manera equivocada” [68].
El papa Francisco está muy lejos de Juan Pablo II, quien, en su encíclica “Centesimus Annus” dijo que el libre mercado es el instrumento más eficaz para responder a las necesidades de la gente [69]. La economía libre era el camino de los países pobres, pensaba Juan Pablo II.
Pero, más allá de ello, ¿se puede decir que el libre mercado es del todo ajeno a la tradición católica? Para nada. Como mencionamos ya, fueron sacerdotes españoles católicos quienes sentaron las bases del liberalismo económico moderno.
Podemos citar muchísimas más evidencias de que la Iglesia católica cuenta con una antigua y rica tradición que veía en el mercado no sólo un mecanismo útil para la sociedad, sino también una expresión de la ley natural y la libertad humana. Es más, como ha argumentado el profesor Jesús Huerta de Soto, los escolásticos españoles anticiparon en muchos aspectos a la Escuela Austríaca de economía, conocida por su posición partidaria del libre mercado [70]. Según Huerta de Soto: el más liberal de todos fue el jesuita Juan de Mariana, quien realizó contribuciones en diversas áreas de la ciencia económica. De este modo, a pesar de que la doctrina social de la Iglesia suele ser confusa en cuanto al mercado y a la propiedad, no hay razones para pensar que ser católico implique ser contrario al libre mercado, como cree el papa Francisco.
La estrategia hegemónica del Foro de São Paulo
En este foro el socialismo del siglo XXI vio su momento gestacional. Auspiciado por el Partido de los Trabajadores de Brasil en 1990, el encuentro reunió a cuarenta y ocho partidos políticos y organizaciones de izquierda de catorce países de la región. El objetivo era revivir el comunismo en América Latina con el propósito de proyectarlo tras el fin de la guerra fría. Las conclusiones de este encuentro trazaron la hoja de ruta de los movimientos de izquierda latinoamericanos en las décadas siguientes. El Foro continuó realizándose año tras año, sumando cada vez más participantes y repitiendo siempre las mismas conclusiones: que todo el mal de América Latina se debía al “neoliberalismo” y al imperialismo estadounidense, que el socialismo debía retornar por la vía democrática y que había que repensarlo para volver a convertirlo en la fuerza hegemónica (marxismo cultural).
Hay que mirar más específicamente el rol que desempeña la hegemonía intelectual e ideológica en el avance de las propuestas socialistas. No cabe duda de que García Linera, Iglesias, Harnecker, Monedero y tantos otros teóricos de izquierda que hemos comentado tienen razón al poner el acento en las estrategias de hegemonía cultural gramscianas. Lo mismo deben hacer aquellos que quieren ver a América Latina libre de las miserias que engendran el populismo y el socialismo, pues, a pesar de las señales esperanzadoras que han surgido, sin una filosofía y un sentido común movilizador alternativo no será posible derrotar el populismo y las diversas corrientes hostiles a la democracia liberal. Ahora bien, esa filosofía o cuerpo de ideas alternativa debiera ser, creemos, un republicanismo liberal del siglo XXI que plantee una hoja de ruta totalmente opuesta a la ideología colectivista y autoritaria del populismo socialista.
Cómo rescatar nuestras repúblicas
“Otro fue el destino y la condición de la sociedad que puebla la América del Norte. Esa sociedad, radicalmente diferente de la nuestra, debió al origen transatlántico de sus habitantes sajones la dirección y complexión de su régimen político de gobierno, en que la libertad de la patria tuvo por límite la libertad sagrada del individuo. Los hombres fueron libres porque el Estado, el poder de su gobierno no fue omnipotente, y el Estado tuvo un poder limitado por la esfera de la libertad o el poder de sus miembros a causa de que su gobierno no tuvo por modelo el de las sociedades griega y romana” Juan Bautista Alberdi.
Una cosa es criticar el populismo, y otra es plantear un camino diferente. Los fundamentos de ese camino diferente podemos encontrarlos en América, y también una versión de la fórmula filosófica que permitió a Estados Unidos de América llegar a ser el país más próspero y libre del planeta. La estrategia debe pasar por la construcción de un nuevo sentido común cercano al republicanismo liberal.
Una de las desviaciones de la mentalidad populista que ha caracterizado a América Latina es el antiamericanismo. Aunque, evidentemente, se pueden criticar muchas políticas del gobierno estadounidense, empezando por la inútil guerra contra las drogas que ha llevado adelante y agregaría yo la facilidad con la cual cualquier ciudadano, incluso menores de edad, pueden conseguir armas de fuego. En países como Venezuela, la Argentina de los Kirchner, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y otros, el antiyanquismo ha sido la estratagema perfecta de los líderes populistas para justificar la incompetencia y la devastación institucional, así como para distraer la atención sobre la corrupción interna. Pero lo cierto es, como observó Alberdi, que Estados Unidos debe su incontestable éxito a su cultura y su tradición liberal. Y América Latina es lo que es un fracaso también incontestable, debido a la cultura estatista, socialista, asistencialista y populista [71, 72].
Esta diferencia entre América Latina y Estados Unidos tiene ciertamente orígenes históricos. En su clásico estudio que compara las colonizaciones de Inglaterra y de España en América, el profesor de Oxford J. H. Elliott sostuvo que el descubrimiento de grandes riquezas minerales y de una extendida población indígena en Hispanoamérica facilitó el surgimiento de élites que acumulaban riqueza simplemente utilizando nativos para extraerla. En cambio, según Elliott, “la falta de plata y trabajo indígena en las primeras colonias británicas forzó sobre los colonos una lógica desarrollista en lugar de una esencialmente explotadora. Esta, a su vez, dio peso adicional a las cualidades de autosuficiencia, trabajo duro y emprendimiento que iban asumiendo un rol cada vez más prominente en el imaginario nacional y la retórica de la Inglaterra del siglo XVII” [73].
En la misma línea, el premio Nobel de Economía y filósofo Friedrich A. Hayek, entrevistado en 1981 por el diario “El Mercurio” de Chile sobre por qué en América Latina era tan difícil lograr gobiernos que produjeran prosperidad, contestó: La diferencia radica en su tradición. Estados Unidos tomó su tradición de Inglaterra. En los siglos XVIII y XIX, sobre todo, se trataba de una tradición de libertad. Por otro lado, la tradición en América del Sur, por ejemplo, se basa fundamentalmente en la Revolución francesa. Esta tradición no se encuentra en la línea clásica de la libertad, sino en la del poder máximo del gobierno.
Como muestran los casos de Chile y Argentina, los países latinoamericanos también pueden prosperar cuando abrazan ideales republicanos liberales, más cercanos a la tradición anglosajona que a los ideales constructivistas y refundacionales franceses. Incluso Francia avanzó mucho más cuando se acercó a los ideales de libertad individual anglosajones en materia económica. En línea con esto durante la década de 1960, la economía francesa creció más que ninguna otra de Europa occidental [74].
Como hemos dicho, no es raro que los populistas como Pablo Iglesias y los fundadores del socialismo del siglo XXI se declaren herederos de Rousseau y de la Revolución francesa. A fin de cuentas, se trata de la tradición totalitaria precursora del socialismo y del fascismo, a los que provee del sustento teórico para sus pretensiones de control opresivo y de utopías refundacionales.
Por una serie de leyes proteccionistas, opresoras que iban en contra de la libertad económica y que fueron impuestas por la corona británica, se produjo la guerra por la independencia de EUA de una monarquía que consideraban tiránica y a la que reclamaban que no podía cobrarles impuestos si no aceptaba representación norteamericana en su parlamento. Los norteamericanos exigían así el derecho a perseguir su felicidad sin que se entrometiera ningún gobierno. Pero, sobre todo, demandaban el respeto por el derecho de propiedad, que para ellos es sagrado. En otras palabras, mientras la Revolución francesa buscó incrementar el poder del Estado en perjuicio de la libertad individual, la norteamericana buscó limitar el poder de los gobernantes para garantizar la libertad de los ciudadanos.
La fantasía refundacional de la Revolución francesa caló hondo en América Latina y sigue nutriendo proyectos populistas devastadores para nuestras libertades y nuestro bienestar. El asambleísmo constituyente es una manifestación típica de ese espíritu constructivista refundacional. También caló hondo la idea de que el gobierno es el responsable de nuestras vidas. Mientras Thomas Jefferson, en la declaración de independencia de Estados Unidos, escribió que el gobierno debía garantizar el derecho a la vida, a la libertad y a perseguir la felicidad, los franceses creían —y en América Latina y algunas partes de Europa continental aún se cree— que el gobierno debe garantizarnos el derecho efectivo a ser felices. La diferencia es crucial, como notó Alberdi, porque no es lo mismo decir que el gobierno debe hacernos felices que decir que es nuestra responsabilidad ser felices y que el gobierno sólo protegerá nuestra libertad de intentar ser felices a nuestro propio modo.
Cuando Thomas Jefferson, el tercer presidente de Estados Unidos, sostuvo que “el gobierno es mejor cuanto menos gobierna”, estaba recogiendo la esencia de ese espíritu individualista del cual depende la fortaleza de la sociedad civil norteamericana. Este último punto es esencial. Aunque a muchos parezca sorprenderles, EUA es la sociedad más solidaria del mundo, según el World Giving Index [75] precisamente porque el gobierno, al haber sido tan limitado, dejaba el espacio a la sociedad civil para hacerse cargo de resolver los problemas sociales. La típica diatriba según la cual los estadounidenses son una cultura egoísta e individualista es entonces una falsedad. Precisamente porque es individualista es que sus ciudadanos se hacen responsables de sus semejantes. Los estadounidenses prueban que los conceptos de libertad individual y responsabilidad van de la mano, y son la fórmula para una sociedad solidaria y exitosa económicamente.
Y esto también prueba que el espíritu refundacional, tan típico en América Latina, conduce a la tiranía y la inestabilidad. Lo que nuestros países deben aprender es esa confianza en la libertad de las personas, su escepticismo frente al poder del Estado y el rechazo a las aventuras utópicas refundacionales.
La estrategia: la construcción de un nuevo sentido común
El premio Nobel de Economía Douglass C. North ha explicado que lo que define el éxito de las naciones son sus instituciones formales e informales. Las instituciones formales son aquellas creadas por el hombre, como la Constitución, las leyes y otras; mientras que las informales son las creencias, las tradiciones, los hábitos y los valores que imperan en una sociedad. De estos dos tipos de instituciones, North explicó que las informales son más importantes porque, al final, reflejan la realidad estructural de una determinada sociedad. Es aquí donde las ideologías tienen un rol decisivo. Según North, “las ideas, ideologías, prejuicios, mitos y dogmas tienen importancia, ya que desempeñan un papel clave en la toma de decisiones” [76]. Siguiendo esta línea argumental, North explica que las ideologías son un aspecto clave para entender el mal desempeño económico de los países del Tercer Mundo, donde estas, por lo general, conducen a políticas e instituciones que no alientan las actividades productivas [77, 78].
Por lo pronto debemos establecer que el desafío consiste en cambiar las ideas en la sociedad de manera tal que el sentido común, las creencias y los valores predominantes sean aquellos que favorezcan la libertad y la prosperidad. Sin ese trabajo riguroso, sistemático y profundo —de corto, mediano y largo plazo—, resulta imposible contener el avance socialista o populista. Gramsci y los teóricos socialistas siempre han tenido clara la relevancia de la batalla por las ideas y la cultura a la hora de construir hegemonía o sentidos comunes que los favorezcan. En el caso de los partidarios de una sociedad libre la tarea no es diferente. No sirve de mucho ganar elecciones si no se logra un cambio de fondo en la mentalidad y la cultura de un país, porque, como hemos visto mil veces en América Latina, luego regresan los populistas de siempre y destruyen lo avanzado.
Existen diversos casos de éxito, y vale la pena repasar algunos para entender parte de la estrategia. El más emblemático es el de Inglaterra. A mediados de la década de 1940, un adinerado empresario llamado Antony-George Fisher leyó en el Reader’s Digest una versión sintetizada del libro “Camino de servidumbre”, del entonces profesor de la London School of Economics Friedrich A. Hayek. En la obra, Hayek advertía sobre los riesgos del avance del socialismo y que esto llevaría necesariamente a la destrucción de todas las demás libertades. Impactado por el mensaje del libro, sir Antony Fisher decidió contactar con el profesor Hayek en Londres. Fisher le comentó que había quedado muy preocupado por lo que decía su libro, contándole, además, que estaba pensando en dedicarse a la política para hacer algo al respecto y evitar el avance del socialismo en su país. Al contrario de lo que esperaba, Hayek le dijo que no perdiera su tiempo, porque los políticos no eran líderes, sino seguidores de las ideas que estaban de moda. Si quería cambiar las cosas —le sugirió Hayek— debía financiar a los intelectuales para que sus ideas se hicieran populares. Una vez que eso haya ocurrido los políticos las van a seguir. Fue así como Fisher resolvió fundar el Institute of Economic Affairs (IEA), un “think tank” aún muy vigente y activo, y de alto nivel académico, que, desde las ideas y mediante trabajos de investigación, se dedicó a influir en el clima de opinión intelectual de Inglaterra, entonces dominado por corrientes socialistas y colectivistas. La influencia que tuvo fue tan gigantesca que Margaret Thatcher debió su elección como primera ministra, en buena medida, a la labor del instituto fundado por Fisher y cuyo trabajo había conseguido cambiar las ideas dominantes en la sociedad e intelectualidad británica. La misma Thatcher diría sobre el IEA: “…ellos eran unos pocos, pero tenían la razón. Ellos salvaron a Inglaterra” [79]. Pero Fisher no sólo fundó el IEA en Inglaterra, sino muchos otros think tanks en el mundo que continúan siendo extremadamente influyentes y en torno a los cuales han circulado decenas de premios Nobel. El caso de Fisher es una prueba de que no hay forma de lograr cambios sostenibles en el tiempo si un nuevo proyecto político no cuenta con el respaldo de las creencias generales de la población en un régimen democrático.
Para lograr nuestro objetivo es necesario tomar posiciones en universidades, escuelas y medios de comunicación, escribir textos de difusión y académicos, entrar a la televisión, entrar a las iglesias y mucho más. Las ideas deben estar presentes en la cultura, en las teleseries, en la música, en el arte y en las películas. Debemos convencer a empresarios de buena voluntad, especialmente a los que han visto arruinados sus países, de que inviertan en think tanks y en esfuerzos intelectuales para difundir y promover estas ideas y hacerlas masivas. Esto es esencial, pues sin inversión sostenida y bien orientada es poco lo que se puede hacer para cambiar las cosas. Es de personas como sir Antony Fisher —es decir, de empresarios que se preocupan de algo más que de su propio bolsillo— de las que depende en buena medida la suerte de nuestras naciones. En el mundo, pero especialmente en América Latina, no son muchos los empresarios que creen en la libertad y tienen el coraje, la generosidad y la claridad mental suficientes para promover e invertir en iniciativas que contribuyan a consolidar repúblicas auténticas. Es más, muchos empresarios, especialmente los latinoamericanos, se han acomodado siempre a los políticos populistas y corruptos de turno, esperando beneficiarse a expensas del resto. Al final, esto les ha salido más caro que la alternativa. No sólo porque se convierten en víctimas de países en que la violencia se desata y viven aterrados de que los secuestren a ellos o a sus hijos, sino porque, cuando se radicalizan los proyectos populistas —como tiende a ocurrir en Latinoamérica—, expropian y confiscan empresas y recursos de quienes, en su servilismo hacia el gobierno de turno, creían estar seguros. Historias como estas se cuentan por decenas en la vida de América Latina. Y se enmarcan sin duda en el fenómeno que Milton Friedman denominó “el impulso suicida de la comunidad empresarial” [80] que consiste en financiar a quienes buscan destruir el orden de mercado. No son pocos los empresarios en nuestra región que financian a ONG, intelectuales, think tanks, académicos, políticos y todo tipo de grupos, cuyo trabajo consiste en minar los pilares de nuestra libertad y prosperidad. Las fuerzas que ponen en marcha estos empresarios suelen definir el clima de opinión intelectual en favor del estatismo y el populismo, el mismo que una vez desatado se convierte en su principal enemigo.
Ahora bien, el triunfo de la libertad siempre ha sido obra de minorías, Y, como en todas las cosas, también entre empresarios existen minorías convencidas moviendo las ideas en la dirección correcta. Diversos think tanks existen en América Latina y España que cuentan con el apoyo de profesionales y gente de empresa comprometida. Aunque los esfuerzos son insuficientes para el desafío que se debe enfrentar, el impacto bien vale la pena.
Argentina cuenta con algunas organizaciones notables, como Libertad y Progreso, Fundación Libertad, Fundación Atlas Federalismo y Libertad y el Instituto Acton.
En Chile, la Fundación para el Progreso, liderada por uno de los autores del libro que se está resumiendo aquí (Axel Kaiser) con independencia de algún partido político, mientras otras organizaciones buscan hacerlo en vinculación con la clase política. Entre ellas destacan la Fundación Jaime Guzmán, Libertad y Desarrollo, Fundación Libertad, Avanza Chile, Horizontal, entre otras.
México tiene un ejemplo notable en Caminos de la Libertad, con el apoyo del Grupo Salinas, sin el cual no sería posible el trabajo de formación y difusión de ideas de la sociedad abierta que hace la organización. A esos esfuerzos se ha sumado el Instituto de Pensamiento Estratégico Ágora (IPEA).
En España, el Instituto Juan de Mariana, liderado por el brillante economista Juan Ramón Rallo, tiene un enorme impacto.
En Venezuela, el Centro para la Divulgación del Conocimiento Económico (CEDICE), liderado por la infatigable Rocío Guijarro, ha realizado una labor heroica resistiendo al régimen chavista.
Bolivia y Ecuador tienen sus máximos exponentes en Fundación Nueva Democracia y el Instituto de Economía Política.
República Dominicana, por su lado, cuenta con el Centro Regional de Estrategias Económicas Sostenibles (CREES).
Colombia cuenta con El Instituto de Ciencia Política Hernán Echavarría Olózaga (ICP)
En Guatemala, las ideas de la sociedad abierta y la necesidad de rescatar la república son promovidas por el Movimiento Cívico Nacional, integrado por uno de los autores del libro que se está resumiendo aquí (Gloria Álvarez); y por muchos años, de forma admirable, lo ha hecho la famosa Universidad Francisco Marroquín (UFM).
De todas las instituciones mencionadas, a las que sin duda podrían sumarse muchas otras, el caso de la UFM merece un tratamiento especial, pues se trata de uno de los esfuerzos más relevantes y de mayor impacto en la construcción de un sentido común republicano y liberal que se conozcan en América Latina. La UFM fue fundada por el empresario Manuel Ayau siguiendo un consejo de Friedrich A. Hayek con el fin de influir en el clima intelectual de ese país. Aunque a muchos les parezca sorprendente, esta Universidad es probablemente el caso más exitoso que existe en América Latina y España de la creación de un nuevo sentido común partidario de las ideas de la libertad. La UFM ofreció un nuevo modelo con el fin de defender las ideas del liberalismo clásico que llevó a romper la hegemonía socialista y populista instalada y a poner contrapesos relevantes.
El caso de Suecia:
Aunque la mitología popular sobre el caso sueco dice que este país es el grandioso producto de su Estado grande, lo cierto es que este país nórdico era muy pobre hasta que, en el siglo XIX, dio comienzo a una serie de reformas liberalizadoras en su economía que lo convirtieron en el cuarto país con mayor ingreso per cápita del mundo; y ello con un Estado muy pequeño. Antes de eso, el Estado sueco era gigantesco, sobre-regulaba, cobraba impuestos muy altos e impedía la competencia, cosas todas ellas que conocemos bien en América Latina. En 1763, un pastor llamado Anders Chydenius escribió un ensayo llamado ¿Por qué tanta gente abandona Suecia? Según Chydenius, “toda persona espontáneamente trata de encontrar el lugar y el negocio en el que mejor se puede aumentar la ganancia nacional, si las leyes no le impiden hacerlo”. Es decir, “todo hombre busca su propio beneficio”, lo cual consideraba una “inclinación tan natural y necesaria que todas las comunidades del mundo se fundaron en ella” [81]. Chydenius sostenía que, para que prosperaran las naciones, debía prevalecer una amplia libertad económica que permitiera a las personas emprender, disponer de su propiedad y perseguir su interés. Estas ideas liberales comenzaron a influir decisivamente especialmente cuando Chydenius ocupó un puesto en el Parlamento de ese país. Si bien las transformaciones se demoraron hasta después de su muerte, la influencia de sus ideas trascendió, hasta que, a mediados de 1800, una verdadera revolución liberal tuvo lugar en el país nórdico. Como explica Johan Norberg:
“No es exagerado decir que Suecia experimentó una revolución liberal no violenta entre 1840 y 1865. El sistema gremial fue abolido, y cualquiera podía entonces iniciar un negocio y competir libremente. Las regulaciones que habían dejado el desarrollo de las industrias de la madera y del hierro se levantaron. Suecia desarrolló la ley de sociedades por acciones tan temprano como en 1848. Los bancos fueron permitidos y las tasas de interés fueron desreguladas. La inmigración y la emigración libres se instituyeron. Las antiguas escuelas, que tenían la misión de hacer de los hijos de la élite sacerdotes o funcionarios, fueron reemplazadas por una educación práctica para todos. La libertad de prensa y de religión se expandió radicalmente. Las mujeres ganaron el derecho a poseer y heredar bienes, obtener una educación y hacer una carrera” [362]. Fue esa revolución liberal que comenzó en el mundo de las ideas la que hizo de Suecia uno de los países más ricos del mundo. Incluso en 1950, los impuestos en Suecia eran más bajos y el tamaño del Estado era menor que en el resto de Europa y Estados Unidos".
Luego de eso, las ideas estatistas comenzaron a retornar y, con la riqueza ya creada, los políticos suecos comenzaron a levantar ese Estado benefactor que se hizo famoso en el mundo entero. La economía comenzó a ser intervenida masivamente, ciertos privilegios fueron otorgados a industrias especiales y la redistribución de la riqueza se masificó. El resultado del intervencionismo estatal fue un fracaso, llevando al país a caer del cuarto puesto al decimocuarto en términos de ingreso per cápita en el mundo, así como a gestar un conjunto de problemas. Esto es lo que ha concluido el autor Nima Sanandaji en su estudio sobre el caso sueco:
“Suecia giró hacia políticas socialdemócratas radicales en las décadas de 1960 y 1970 con una reversión gradual en la de 1980. El período socialdemócrata no fue exitoso, pues condujo a mucho menor emprendimiento, al desplazamiento de la creación de empleos en el sector privado y la erosión de los anteriormente fuertes valores del trabajo y del beneficio. El cambio hacia altos impuestos, beneficios gubernamentales relativamente generosos y un mercado laboral regulado precedieron a una situación en la cual la sociedad sueca tuvo dificultades para integrar incluso a inmigrantes altamente educados y en la que un quinto de la población en edad de trabajo era apoyada mediante diversas formas con transferencias del gobierno” [82].
Finalmente, el Estado benefactor sueco fue insostenible. En la década de 1990 terminó quebrando y entrando en una gran crisis que sextuplicó el desempleo, hizo caer en seis puntos el PIB, desbocó la deuda estatal (que se duplicó entre 1990 y 1994) y devaluó masivamente la corona sueca, forzando al banco central de ese país a subir la tasa a un dramático 500 por ciento [83]. Todo ello condujo a los suecos a implementar una vez más políticas liberales que les permitieran salir adelante. Hoy, a pesar de tener ciertamente impuestos más altos de lo que deberían, son, sin embargo, uno de los países con mayor libertad económica en el mundo.
A finales de la década de 1970 y principios de la de 1980 se dio un punto de inflexión respecto al discurso político dominante, y, a partir de ahí, cada vez más ideas y conceptos de la corriente neoliberal fueron ganando terreno en el debate público sueco. Se dio una gran penetración ideológica de ideas liberales favorables a la privatización de empresas estatales, las libertades económicas y la restricción del tamaño del Estado. Incluso la idea de igualdad antes dominante fue desplazada del debate público. Si se comparan las décadas de 1970 y 1980 con las anteriores, se concluye que el liberalismo social y económico, simplemente, había triunfado frente a ideologías que cuestionaban el capitalismo, ya sean estas socialistas o bien socialdemócratas reformistas. El triunfo de las políticas liberales en Suecia fue un triunfo del lenguaje y de las élites intelectuales, es decir, un triunfo en la batalla de las ideas y por la ideología, precisamente aquello que América Latina y parte de Europa tienen perdido. El neoliberalismo penetró el lenguaje contribuyendo a crear un nuevo sentido común entre los suecos, un sentido común en el que la palabra e idea de “libertad” pasó a desplazar a la de “igualdad”. En este cambio, resultó decisiva la estrategia adoptada por los liberales suecos, entre los cuales se encontraban diversos empresarios que no querían ver a su país avanzar por el camino socialista. Sobre ese período, Boréus explica lo siguiente:
“Los think tanks y las revistas proliferaron, al igual que el cultivo de relaciones con la prensa, los contactos con los políticos, la edición y el trabajo dirigido a los estudiantes y profesores, desde primaria hasta el nivel universitario. El contenido ideológico de las campañas de la década de 1980 fue principalmente neoliberal y, en un grado muy leve, conservador. Las campañas incluyen intentos conscientes y deliberados de alterar el uso del lenguaje y el de ciertos términos en el debate” [84].
Como en los casos de la Universidad Francisco Marroquín (UFM) y del Institute of Economic Affairs (IEA), con Manuel Ayau y sir Antony Fisher, respectivamente, la transformación del sentido común en Suecia se logró gracias a un empresario. En la década de 1960 la socialdemocracia sueca se radicalizó hacia el socialismo, amenazando existencialmente las bases del sistema de libertades de ese país. La mayoría de los empresarios, simplemente, no hicieron nada ante una posible nacionalización o confiscación de sus empresas. Pero hubo un pequeño grupo que no se quedó de brazos cruzados. El primero en reaccionar fue el entonces director de comunicación de la antigua patronal sueca Svenska Arbetsgivareföreningen (SAF) Sture Eskilsson, quien, alarmado por lo que estaba ocurriendo en su país, decidió tomar cartas en el asunto en 1971. Su primera acción consistió en redactar un memorando de ocho páginas en el que describía un plan de acción para que la SAF contuviera el avance socialista. Reconociendo que una acción decidida requería una inversión de recursos relevante, Eskilsson, junto al politólogo Carl Johan Westholm, estudió el surgimiento de think tanks en Estados Unidos e Inglaterra y la influencia que lograban. Inspirados en instituciones como el IEA y la Heritage Foundation, decidieron fundar la organización “Timbro” [85]. Reclutando académicos de primer nivel, Timbro comenzó a publicar obras liberales clásicas que no se encontraban traducidas al sueco. Finalmente, Timbro terminó siendo el think tank más influyente en Suecia, desempeñando un rol clave en la construcción de un nuevo sentido común hasta el día de hoy.
Lo hemos dicho en varias oportunidades, pero debemos insistir: en América Latina y España debemos trabajar en el mundo de las ideas, las ideologías y el lenguaje a fin de convertir aquellos valores y principios de la sociedad libre en patrimonio universalmente aceptado. Por supuesto, al mismo tiempo, tal estrategia debe llevar a que la alternativa populista y estatista genere rechazo o resistencia en una parte importante de los líderes intelectuales, empresariales y políticos, así como en la mayoría de la población. Para ello se requiere de intelectuales capaces de desarrollar, defender y promover ideas en el debate público, lo cual, a su vez, requiere del apoyo de personas con recursos y que estén comprometidos con la causa de una sociedad libre y exenta de la lacra populista. Lo que falta son los apoyos de una clase empresarial que, con pocas excepciones, se ha mostrado ignorante, indiferente e incluso cómplice con aquellos que arruinan nuestros países, bien por no incomodarse, o bien para obtener ganancias a corto plazo a expensas del resto de la sociedad.
La táctica: inteligencia emocional y educación económica
Quienes han defendido el sistema de libertades, en general, han pecado de un excesivo formalismo, que va desde sus argumentos y su lenguaje hasta la forma en que visten. Rara vez se ve a un artista, un rastafari o una mujer liderar la defensa de los ideales de la sociedad libre; e incluso a la juventud, en general, no se le abren espacios suficientes para ello, a pesar de que haya cada vez más jóvenes dispuestos a abrazar la sociedad libre. Lo que se debe entender es que, si bien lo esencial es el trabajo intelectual riguroso, la forma resulta fundamental para entregar el mensaje.
No hay que ser un genio para entender que el éxito mediático del Che-Guevara como símbolo pasaba por la estética más que por la ética del mensaje, y que si hasta hoy se venden camisetas con la imagen de su rostro es porque se ha creado una imagen que evoca una cierta épica sexi cargada de significados, emociones y símbolos: rebeldía, arrojo, lucha, utopía, sueños, amor, justicia… Se trata de una construcción muy cuidada y compleja, como la de las marcas. Resulta esencial entender esa inclinación a la respuesta emocional inmediata que tenemos los seres humanos si queremos tener una posibilidad de derrotar el discurso populista.
El estadounidense-israelí Daniel Kahneman, psicólogo, profesor emérito en la Universidad de Princeton (Nueva Jersey) y premio Nobel de Economía en 2002, ha explicado que nuestro cerebro funciona con dos sistemas. El “sistema 1” emite juicios inmediatos e intuitivos, y el “sistema 2” requiere de esfuerzo mental y elaboración para ello. Si leemos, por ejemplo, 15×32, inmediatamente sabemos que se trata de una operación matemática y que podemos resolverla. También sabemos que el resultado se encuentra dentro de un cierto rango. Así opera el sistema 1. Sin embargo, el sistema 2 es el que le permitirá determinar el resultado, para lo cual tendrá que concentrarse y consumir más tiempo y energías desarrollando el cálculo. El sistema 1 desarrolla sistemas de ideas complejos que no requieren de esfuerzo, pero es incapaz de crear pensamientos ordenados y estructurados. Esto último es lo que hace el sistema 2. Pero el sistema 1 es el predominante. Y este, como dice Kahneman, continuamente genera sugerencias para el sistema 2 en la forma de impresiones, sentimientos, intuiciones, intenciones e impulsos, que en dicho sistema 2 se convierten en creencias y acciones voluntarias [86, 87]. El sistema 1, entonces, es el emocional, y el sistema 2, el racional. El sistema 1, según Kahneman, es “rápido, automático, no requiere esfuerzo, es asociativo y difícil de controlar o modificar”, mientras que las operaciones del sistema 2 son “lentas, seriales, requieren esfuerzo, son deliberadamente controladas y relativamente flexibles y están gobernadas por reglas”. El discurso populista y socialista “ataca” fundamentalmente el sistema 1 explotando diversas emociones: la esperanza, el resentimiento, el odio, el deseo de surgir, la sensación de justicia, la empatía con el que sufre, etc. Mediante un lenguaje simple y básico, apela a emociones e intuiciones espontáneas. El discurso partidario de la sociedad libre, que apela a argumentos y a evidencias empíricas o científicas suele conectarse con el sistema 2, que es mucho menos efectivo emocionalmente.
El populista y el socialista ofrecen, con un lenguaje e ideas simples, soluciones de corto plazo que son bien recibidas por el sistema 1. Las promesas populistas tienen mucho de eso, y es sólo tras un análisis posterior, en el cual se valoran las consecuencias a medio y largo plazo, que se opta por descartar la idea. En ese caso, después de la reflexión, el sistema 2 controla al sistema 1. La clásica fórmula de subir impuestos a los ricos para financiar a los pobres es otro ejemplo del juego entre el sistema 1 y el sistema 2. Intuitivamente, todos estarían de acuerdo en gravar a un rico para mejorar a un pobre. Pero tal idea puede ser puesta en duda y hasta rechazada si se la analiza en profundidad, ya que los mayores impuestos cobrados tendrán probablemente un impacto negativo sobre la inversión, el empleo y la productividad, dando como consecuencia que a los pobres les conviene más que haya menos impuestos si quieren mantener sus trabajos o acceder a uno. Como explica Kahneman, es el sistema 1 el que entrega siempre la respuesta inmediata a cualquier problema relacionado con ricos y pobres.
El lenguaje importa mucho: no es lo mismo hablar de sistema de libre emprendimiento que de neoliberalismo, o hablar de legítima ganancia que de lucro. En este contexto, la inteligencia emocional implica trabajar con imágenes, lenguajes y formas que hagan el mensaje de los partidarios de la sociedad libre y abierta llamativo para la mayoría, pero siempre cuidando la honestidad intelectual y resguardando la verdad.
Las ideas populistas, como el proteccionismo son tan difíciles de erradicar porque hay una conexión emocional con ellas que hace que la gente se sienta bien apoyándolas. Nuevamente, vemos aquí que son las ideas e ideologías que incuban fuertes emociones acerca de cómo debe ser el mundo lo que conduce al fracaso de las democracias. Una forma de corregir esto, según Caplan, es incrementar el nivel de conocimientos sobre economía entre la población de una manera que sea entretenida, es decir, emocionalmente inteligente [88, 89].
El profesor de Harvard Steven Pinker, un experto en psicología evolucionista, confirma el punto de Caplan al sostener que la educación es la mejor forma de contener las reacciones emocionales del sistema 1 basadas en prejuicios, mitos y estereotipos destructivos para el bienestar de la población. Según Pinker, la educación en economía y en áreas como estadística, biología evolutiva y probabilidad supondría una gran contribución para romper prejuicios y falsas creencias [28, 29]. Pinker explica, por ejemplo, que la mentalidad igualitarista que rechaza el mercado como medio de interacción mediante el sistema de precios es una clara muestra del triunfo de la intuición y el prejuicio sobre la realidad. La mentalidad igualitaria y la de mercado son tratadas por dos psicologías o sistemas distintos, dice el académico: la igualitarista, por un sistema “intuitivo y universal”; la de mercado, por uno “refinado y cultivado”. Es fácil entender, dice Pinker, un intercambio cuando es directo en forma de trueque, como, por ejemplo, un par de gallinas por un cuchillo. Pero, cuando entre medio surge el dinero, el crédito y otras figuras más complejas que no nos han acompañado evolutivamente, ese mismo intercambio pasa a ser rechazado. Dice el profesor de Harvard que hay una creencia de que existe algo así como un “precio justo”, o bien un valor objetivo que lleva a considerar todo precio por encima del justo como avaricia; y señala que tal creencia es una superstición que justificó los precios obligatorios en la Edad Media, los sistemas de control comunistas y los controles de precios en países del Tercer Mundo. Lo mismo ocurre con la prohibición del interés, sobre el que cae una superstición derivada de la incapacidad de comprender cómo funcionan los mecanismos de mercado.
Como hemos dicho, el resultado de estos prejuicios intuitivos que surgen de la falta de comprensión racional son leyes e instituciones que, basadas en ideologías sin base en la realidad, causan un daño tremendo a la misma población que las respalda. Así pues, el engaño populista no sólo reside en el problema de sus líderes, sino, fundamentalmente, en su público, con el que hay que comunicarse de manera inteligente y atractiva para que abracen consciente y espontáneamente aquellas ideas que en verdad promueven su libertad y su bienestar, pudiendo así cerrarle las puertas a los prejuicios y las ideologías que los hacen caer en tal falacia populista.
Los instrumentos: redes sociales y nuevas tecnologías
Hoy en día no existe campaña política bien hecha que no concentre buena parte de sus esfuerzos en Facebook, Twitter, Instagram, Youtube, los blogs y las demás redes sociales y espacios del mundo digital. Incluso aplicaciones como Whatsapp, bastante más próximas y menos públicas, son consideradas en las estrategias de comunicación. Se trata de medios masivos de información y distribución de ideas donde se utiliza el eslogan fácil y emotivo para llegar al sistema 1. Por lo mismo, en redes como Twitter, el populista tiene un terreno fértil para sembrar sus prejuicios y falsas creencias. El gran intelectual italiano Umberto Eco llegó a decir que las redes sociales eran un problema porque “le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel”. Eco agregó que “la televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad” [90].
Pero esa es la realidad con la que se debe convivir hoy en día, y la alternativa no puede ser abandonar completamente ese terreno, como han hecho muchas personas, desde los académicos hasta las celebridades. Eso es dejar el espacio de las redes, tan grande y lleno de oportunidades, a los idiotas y populistas, dando por perdida una batalla crucial en el ámbito de las ideas, que también es el de la comunicación. Otros casos que ilustran el poder de las redes sociales son la llamada Primavera Árabe, el movimiento Occupy Wall Street y la elección de Barack Obama.
La razón por la cual estas nuevas tecnologías ejercen tanta influencia es su carácter eminentemente relacional, sin contar la creciente disponibilidad masiva de dispositivos móviles cada vez más sofisticados, los cuales ponen en los bolsillos de millones de personas una poderosa computadora con la que están conectadas, literalmente, las veinticuatro horas del día y los 365 días del año. Las personas tienden a definir su modo de pensar y decidir electoralmente sobre la base de lo que ven en otros. Esto hace que la construcción de sentido común utilizando las redes sociales tenga un efecto multiplicador imprevisible. Si el uso de redes sociales se ha convertido en un nuevo campo de investigación, es precisamente porque los expertos creen poder obtener una valiosa información sobre las creencias, los valores y los hábitos de las personas a partir de sus publicaciones.
La influencia de las redes sociales sobre la realidad política e ideológica de un país es evidente, y que, por tanto, su uso inteligente debe constituir parte esencial en la estrategia para romper el engaño populista. Hoy en día, el engaño populista puede encontrar un aliado o enemigo letal en las nuevas tecnologías de la información, y que estas deben formar parte de la estrategia para promover los valores y principios de una sociedad de personas libres.
Tanto en la construcción de relatos nuevos como en la difusión de mensajes con portavoces efectivos y la penetración con mensajes emotivos que permitan movilizar masas en contra de gobiernos corruptos y tiránicos, las redes sociales son elementales. De hecho, si hay algo que ha logrado la revolución tecnológica que estamos presenciando es que ha dado voz a todos y, para usar una expresión de moda, ha “democratizado el poder de la comunicación”.
El partido por el futuro de nuestros países se juega hoy en más canchas que hace algunas décadas y debemos estar dispuestos a ir a todas ellas si no queremos conceder ventajas a los populistas y a la demagogia responsable de habernos arruinado tantas veces. Hoy todos poseemos una entrada a esa cancha desde la cual podemos librar la batalla de las ideas. A través de Facebook, Twitter, Instagram o Youtube, en cualquier momento, cualquiera puede contribuir a desmantelar la falacia populista y fortalecer en otros las ideas que evidencian que la libertad, el individuo, el Estado de derecho y la república son una alternativa real al engaño populista que América Latina ha sufrido y que hoy también amenaza a España.
Epílogo
Simón Bolívar dijo alguna vez que hemos vivido dominados por el engaño, y tenía razón. En América Latina y algunas partes de Europa se nos ha contado una historia llena de mentiras y falacias con el fin de hacer aceptables proyectos políticos e ideológicos que buscan concentrar el poder en unas pocas manos y enriquecer a diversos grupos de interés de manera corrupta.
No es que todos los que han apoyado programas populistas e ideológicos totalitarios o autoritarios hayan tenido malas intenciones o no hayan creído de verdad lo que promovían. No hay duda de que el Che Guevara creía en sus ideales, pero eso no significa que haya sido una buena persona ni lo exime de la responsabilidad por los asesinatos y torturas que llevó a cabo.
Es posible también que Chávez creyera fervientemente en su socialismo del siglo XXI, pero eso no lo exculpaba de su autoritarismo, de las violaciones a los derechos humanos que su régimen cometió y de la miseria generalizada que su sistema de ideas causó en Venezuela.
Lo mismo puede decirse de Castro, los Kirchner, Morales, Correa, Ortega, Rousseff, Bachelet y, usando otro término de Plinio Apuleyo, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, otros aspirantes a “fabricantes de miseria”, como Pablo Iglesias y López Obrador. Todos ellos han promovido deliberadamente un gran engaño que es el de prometer bienestar para todos con ideas y proyectos políticos cuyo resultado no puede ser otro que la destrucción de las posibilidades de progreso y las libertades de los ciudadanos a quienes gobiernan o pretenden gobernar. Ciertamente, hay diferencias de grado entre ellos. Bachelet y Chávez no son lo mismo en términos de intensidad, pero son lo mismo en términos de la naturaleza ideológica de lo que rechazan. En común tienen todos los populistas un desprecio profundo por la libertad personal y la dignidad humana, a pesar de que su creencia en la igualdad es revestida siempre de humanismo. Pero, la verdad es que su idolatría por el Estado es incompatible con el aprecio del individuo en cuanto agente digno, capaz de diseñar su plan de vida y perseguir sus fines responsablemente. Y sus propuestas refundacionales son delirios ideológicos cuyos costos transfieren a terceros, mientras ellos viven rodeados de lujos y fuera del alcance de la miseria que fabrican para otros.
Sin embargo, para que el ciclo populista llegue a su fin y no regrese, es imprescindible cambiar el sentido común prevaleciente entre las élites y la población para de hacer de las ideas liberales republicanas un patrimonio cultural común. Lo que esto nos demuestra es que el subdesarrollo no es un problema geográfico ni de recursos naturales, sino eminentemente mental y cultural. La titánica tarea de cambiar la mentalidad y las conciencias de las personas es lo único que nos permitirá superar el subdesarrollo, y también la miseria económica, social, política y humana a la que el populismo nos condena.
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